Vaya por delante que alabamos el esfuerzo de la empresa al organizar esta corrida. Hubo lleno de no hay billetes, lo cual consistió en 1000 personas por culpa de las restricciones.
Se anunciaron seis toros de diferentes ganaderías para un mano a mano entre Luque y Marín.
Las ganaderías tenían la condición de ser sevillanas. Nosotros echamos en falta la presencia de Isaías y de Aguirre pero entonces habría que haber buscado otros diestros. Los dos citados sabían que sólo tenían que tragar con un miura y un resina cada uno. El resto iba a ser coser y cantar.
Los toros estuvieron bien presentados, con trapío y en el tipo de su encaste. Eran todos cinqueños pero la listeza que dicen que da esa edad no la demostraron en ningún momento. Excepto el de Miura, los demás se mostraron lelos de comportamiento y ayunos de poder. Un puyazo a cada uno fue el triste balance del desolador tercio de varas. Estamos en España, no lo olviden.
El ambiente en el tendido era de frialdad. Los comentaristas se extrañaban: 'parece que estemos en el campo con este silencio, quizás sea la distancia entre espectadores'. Quizás, aunque no se les pasó por la cabeza que probablemente la clave era la falta de casta de los toros.
Haremos nuestro comentario siguiendo el orden de salida de las reses.
1. OSBORNE. Se llamaba Cuco, de 475 kilos. En televisión dijeron que era burraco pero para nosotros era berrendo en negro, mosqueado, botinero y carinegro.
Aquí lo ven de cuerpo entero. Nos recreamos en la imagen porque lo único bueno que tuvo el toro fue la lámina:
En su único puyazo sufrió la barrena y salió suelto lógicamente. Era un torillo de mazapán, sin fuerza ni poder y tan soso como los garbanzos con bacalao que algunos de ustedes comerán el próximo Viernes Santo.
Lo de Luque no tuvo ningún interés. Acabó con una entera trasera, tapando la cara y sin puntilla.
2. PALLARÉS. Se llamaba Campanillero, de 520 kilos. Era cárdeno casi franciscano y cornigacho.
Llegó bien picadito del campo, razón por la cual en el caballo no existió. Luego rodó por el suelo hasta cuatro veces.
Marín no se alivió tanto como otras veces pero es que el animalillo tenía menos vida que Walt Disney congelado.
Lo mató de una entera fácil, muy trasera por llevar la mano alta.
3. PARTIDO DE RESINA. Se llamaba Relampaguito, de 480 kilos. Estaba perfectamente en tipo y tenía mucho trapío a pesar de su aspecto vareado:
En el único puyazo le taparon la salida como ven en la imagen y salió suelto:
Era el primer resina que mataba Luque y será el último. Salió con la muleta desconfiado y medroso. Desde fuera no nos pareció ni por asomo que fuera un barrabás. Creemos que la propia desconfianza del diestro hizo que el toro pareciera mucho peor de lo que era:
'¡Háblale!' le decían desde el callejón pero Luque no quiso hablar con nadie ni fajarse con Relampaguito.
Cuando lo estaba cuadrando, el resina le pegó un arreón formidable. En el segundo lo desarmó y por último se le quedó mirando con la cabeza por las nubes. Ahí lo tienen:
Todo esto no fue por casualidad sino para demostrar al maestro que no lo había toreado. Dos pinchazos huyendo y entera desprendida escupiéndose, sin puntilla. En televisión hablaban de la gran solvencia del diestro, de su oficio y de la buena lidia que había protagonizado (?).
4. MIURA. Se llamaba Bilbaíno, de 530 kilos. Era negro entrepelado, bragado, ojalado, cornialto y cornidelantero. Fue el toro de más interés por su desconcertante prestación.
Tomó un buen puyazo, empujando con fe y durmiéndose en el peto. Qué lástima no haberlo puesto más veces aunque fuera para señalar.
En el segundo tercio se enteró perfectamente de lo que estaba pasando. Recortó por el derecho escandalosamente, caminaba cruzado, esperaba... Se hizo el amo yendo de unos a otros mientras le clavaban las banderillas de una en una a como diese lugar. Con un último par a la media vuelta totalmente lícito en aquellas circunstancias, el presidente dio por terminado el calvario de la cuadrilla.
Bilbaíno esperaba a Marín para pedirle el carnet. Eso es lo que nosotros suponíamos tras el herradero en banderillas. Lo lógico era castigar al toro de primeras por bajo para enseñarle quién mandaba y quitarle de su cerebro cualquier veleidad que le recordase el hierro que llevaba.
Pero si vuelven al título verán que con Miura nadie sabe de toros. Resultó que Marín le dio de inicio cuatro pases suaves y muy templados, tratándolo con la misma dulzura que a una novia:
Ni siquiera le dio la salida por abajo para quebrarle la cerviz. Pues héteme aquí que el toro lo agradeció y a partir de esa suavidad aterciopelada, se olvidó de su origen y siguió la muleta con gran bondad. Vivir para ver. Suponemos que Morante, presente en el tendido, quedó tan desconcertado como nosotros. No sabemos si esa medicina le servirá de cara a su corrida sevillana con esta misma vacada.
Muy bien el maestro al echarse la muleta a la izquierda porque había visto que el derecho era peligroso. El Miura se tragó todos los pases sin novedad, observen cómo se venía:
Además Marín no permitió que el toro le puntease la tela en ningún momento. Con el animal ya sin fuerza, se echó la muleta a la derecha para demostrarnos que el toro había olvidado su condición de navajero por ese lado.
El único borrón fueron unas manoletinas al final totalmente fuera de lugar. Tuvo que enmendarse en las tres porque el toro no estaba para florituras y escarbaba mientras miraba al diestro:
Buena estocada pasada, ejecutada con lentitud y dejándose ver. El bondadoso público le otorgó una oreja que no nos molesta porque si hubiéramos estado presentes le tocamos las palmas sin ningún inconveniente.
Este Marín sí que nos interesa, el de la ternera no. La duda que nos queda es qué hubiera pasado si el miura se pasa aquella dulzura de comienzo de faena por donde están pensando ustedes. Pero la cuestión es que tragó. A ver si resultará que si te pones ante un miura como ante un choto al uso, se rinde y colabora sin problemas. Ya nos lo explicará Morante.
5. MURUBE. Se llamaba Maletilla, de 505 kilos. Era negro zaíno y cornigacho.
Hizo una vulgar pelea en el caballo mientras Quinta le pinchaba dónde ven ustedes. Para los de televisión, lógicamente, 'un buen puyazo en el sitio que ven'. Pues nosotros lo vemos en un sitio nefasto:
El toro saco un trotecillo que ni de broma recordaba al ínclito tranco murubeño. Luque lo llevó a media altura haciendo de enfermero.
Muñoz lo clavó en televisión cuando calificó al toro como 'justo de fuerza pero muy enclasado'. Traducido quiere decir toro de siesta con pijama y orinal.
Se sucedían las alabanzas sin cuento por parte de sus compañeros comentaristas mientras a nosotros nos costaba mantener los ojos abiertos. Telonazo al matar, dejando una entera trasera y perdiendo la muleta por no liarla bien. Dos orejas del bondadoso público moronero.
6. JUAN PEDRO. Se llamaba Revolera, de 485 kilos. Era colorado ojo de perdiz y bien encornado. Muñoz dijo que tenía las puntas acarameladas, cosa que no entendemos porque el calificativo de acaramelado hace referencia siempre al color de los cuernos y no a su disposición.
Acudió al caballo con mucha alegría pero no recibió ningún castigo. Se fue al suelo cuando salió dejándonos con la duda de si se había lesionado.
La verdad es que el torete no habría desentonado en un convento de ursulinas. Nada de lo que hizo Marín tuvo ningún interés excepto la estocada.
Y es que tras un buen pinchazo hondo vino lo mejor de la tarde: una magnífica entera mojándose la mano aunque llevándola demasiado alta para lo que mandan los cánones. Ya ven que nunca estamos contentos del todo.
El miura y esta estocada constarán como lo único que recordaremos de la corrida. Esperemos que a Garzón le hayan salido los números y no tenga que recordarla mientras un sudor frío le recorre la espalda.
Saludos cordiales desde Tarragona. Rafa.