Son de sobras conocidas tanto la cogida de Gitanillo por aquel Fandanguero de Graciliano como la formidable agonía del diestro hasta que murió. Le dedicaremos esta entrada porque hemos leído las memorias de un diplomático que fue amigo suyo y que relata los hechos ya que estuvo presente desde el día de autos hasta el del entierro.
Nos referimos a Carlos Morla Lynch. Fue, como decimos, un diplomático chileno cuya carrera transcurrió entre París, Madrid, Berlín y Berna. En España entabló una gran amistad con Lorca. Solamente les diremos que el poeta leyó por primera vez su Llanto recién escrito ante un reducidísimo grupo de amigos entre los cuales estaba Morla. Este es el libro donde encontrarán esas pinceladas taurinas a que haremos referencia a continuación:
En los ambientes taurinos el chileno tuvo amistad con Cagancho, los tres gitanillos y Sánchez Mejías. En el libro hace una semblanza de cada uno.
De Curro Puya dice esto:
'Sus empresarios eligieron el nombre de Gitanillo de Triana, que se ha hecho popular y que tiene, sin duda, un salero de cantar sevillano. Refleja, asimismo, en forma sugestiva, la luminosidad y bondad cautivadora que irradiaba el diestro. Era un buen hijo, un buen hermano, un espléndido y buen amigo, amado con dilección por todos y era también, antes que nada, caritativo y piadoso, que es virtud gitana. Manos las suyas generosas y ampliamente abiertas, como un cesto de frutas'.
De Cagancho, quien le confiesa en un momento dado que tuvo su primer hijo con trece años, comenta esto:
'El torero gitano ha almorzado en casa con Federico, a quien le pidió que le leyera «La casada infiel» de su Romancero. Llegó, por cierto, el diestro con una hora de retraso: a las tres y media de la tarde. Elegancia impecable: terno gris, camisa de seda blanca, corbata azul, calcetines del mismo color y zapatos de gamuza. Su tez morena aún más tostada y sus ojos almendrados, también más verdes que nunca. En la muñeca de su mano de caoba, una fina cadena de oro, y en uno de sus dedos largos un anillo de platino con una espléndida esmeralda. Entra la dueña de la casa y se pone en pie, correcto, galante, educado. Un verdadero príncipe gitano'.
La verónica que han visto es suya. Además Morla estaba en el tendido cuando el célebre escándalo de Cagancho en Almagro. Habla también de Sánchez Mejías y expresa su dolor al enterarse del funesto desenlace con estas líneas preciosas:
'¡Muerto! Ese ser lleno de vida, de gallardía, magnífico siempre; que jugaba con «la intrusa» evitando su embestida a un centímetro de distancia; que se reía y se mofaba de la amenaza de sus garras esqueléticas, de su mirada cavernosa y de su rictus amargo; que se sentía inmunizado ante el peligro e invencible en la lucha. Pienso en los seres que lo han querido, que lo quieren más que a otros, que lo admiran: en Rafael Alberti, en Federico, en La Argentinita... Y todo el día, y toda la noche, me siento aprisionado en esa niebla oscura que me sigue, que avanza conmigo, que me envuelve adondequiera me dirija, y al final de la cual se yergue algo que brilla: un traje de luces ensangrentado, azul y oro. ¡El suyo! Y esa sombra que no me abandona es más fuerte que el sol, más intensa que el cielo, más profunda que el mar. ¡Pobre Ignacio!'
En la prensa de la época se habló del maleficio del mes de mayo por los percances que han sufrido tantos toreros. Precisamente durante la corrida de Graciliano que nos ocupa, en aquel 31 de mayo de 1931, fue herido en el primer toro un banderillero. Su nombre, Manuel Prieto Varé, primo hermano de Varelito (recuerden aquí nuestro homenaje a aquel magnífico estoqueador). El toro le arrancó la femoral del muslo derecho.
A Gitanillo lo cogió ese Fandanguero que hizo tercero. Cuando entró en la enfermería, el doctor Segovia estaba pendiente de la femoral rota de Varé y el suelo estaba teñido de sangre. Imaginen la situación ahí dentro cuando trajeron en volandas a Gitanillo con sus dos cornadas en los muslos y esa otra terrorífica en la cadera, que le había roto el hueso sacro al empotrarlo el toro contra la madera. Este es el parte:
Así cuenta Morla Lynch la cogida:
'Al iniciar la faena de muleta —después de ejecutar un suave ayudado por alto— fue cogido por el muslo, lanzado al aire y luego recogido nuevamente por el toro, que lo arrolló bajo el estribo, recibiendo allí una tercera cornada en la cadera. Yo cerré los ojos para no presenciar el final de la tremenda embestida…'
Todo el mundo se acordó del pobre Granero al ver al diestro ahí debajo en el estribo. En esta ocasión no hay ninguna duda acerca de la diligencia de Lalanda en el quite. Se llevó una ovación de gala que coincidió cuando levantaban a Gitanillo del suelo. Continúa Morla:
'Al abrirlos de nuevo vi con estupor y admiración a Marcial Lalanda, que, metido entre los cuernos y la barrera, con una temeridad y nobleza para las cuales no hay términos de suficiente elocuencia, lograba llevarse al astado en medio del estruendo de una ovación que estremecía la plaza entera'.
Ya saben que a Marcial se le había criticado el no haber estado pendiente de Granero el día de Pocapena. El diestro siempre lo negó y lo achacaba a una campaña de los del semanario El Clarín, que le pidieron un aumento del sobre que ya pagaba y se negó. Lo contábamos aquí. Por cierto, el torero madrileño saldría en hombros aquella tarde mientras operaban a Gitanillo en la enfermería:
El silencio en aquella enfermería era de muerte mientras desde la calle llegaba el eco del jolgorio del triunfo de Lalanda. Anotemos que más tarde tanto él como Chicuelo volvían a la plaza y entraban en la enfermería para interesarse por su compañero.
Su mozo de espadas contaba que cuando lo llevaban por el callejón iba diciendo:
'Me ha desbaratao, esta cornada es mu fuerte, me ha destrosao...'
Pudiera ser que la cornada se la pegase por haberlo picado mal. Gitanillo lo había recibido con siete verónicas. Tras el segundo puyazo hizo un memorable quite con cuatro y una media que levantaron al público de los asientos. Ésta fue una:
Acudió el bravucón al caballo por tercera vez y aquí recibió una lanzada muy fea por baja y contraria, o sea, para entendernos, en su costado izquierdo. A partir de entonces, el animal se dolió, mostrándose incierto y receloso por ese lado, sin que el diestro quisiera ver ese defecto porque sólo pensaba en torear (sic en una crónica). Fue precisamente en un pase por ese cuerno cuando prendió al maestro en terrenos del 1.
Al día siguiente se daba cuenta de que lo que notaba en las piernas no era normal. De hecho, no quisieron decirle que si salvaba la vida iba a quedar inútil. Cedemos la palabra de nuevo al pobre diestro, quien se lamentaba mientras intentaban darle moral:
'¿Que no es nada? ¿Nada? Mira, me ha dao tres cornadas, una en cada muslo, y otra en la cadera... ¿Y qué me pasa en las piernas? He perdido la sensibilidad, parecen de trapo... La que no me deja vivir es ésta de la cadera. Bien que me dio el ladrón... Pero paciencia, tenía que ser así...'
El maestro morirá dos meses y medio después tras una penosa agonía y, lo que es peor, completamente consciente de todo. Los gritos que pegaba durante las curas se oían desde la calle. Tuvo muchos problemas urinarios por efecto de esa terrorífica cornada en el hueso de la cadera. Además se le declaró una meningitis y hubo que hacer varias transfusiones por complicaciones en un muslo. Si quieren un detalle de estos desagradables pormenores, vayan a la página 980 del tercer volumen del Cossío. El autor los incluyó contra lo que era su costumbre.
Lo de las transfusiones es relatado también por Morla ya que estuvo a su vera durante todas esas semanas de sufrimiento. Son aquellas transfusiones primitivas, como las cinco de Manolete (pulsen aquí), la de Ostos (aquí), las de Gitanillo Chico (aquí) o la del citado Sánchez Mejías realizada con sangre de Pepe Bienvenida. Esto cuenta Morla:
Una transfusión de sangre se impone y el doctor Segovia solicita voluntarios que se presten a ella. No hay tiempo que perder. Me adelanto, sencillamente porque siento que debe ser así, y conmigo se ofrecen un picador de su cuadrilla, un banderillero de la misma y el chófer de taxi que siempre lo servía.
Por cierto, nuestro Gitanillo estará obligado a reposar casi siempre tumbado bocabajo por culpa de los grandes dolores que le causaba esa cornada en la cadera que comentamos. Aquí lo tienen de cara a la cámara con algunos visitantes:
Como curiosidad les diremos que en el sanatorio de toreros coincidió con Martín Agüero, a quien iban a amputar un dedo y medio del pie izquierdo por un inicio de gangrena resultado de una cornada reciente.
Un día, a solas el torero con el diplomático, sucedía esto:
Me dijo esta otra frase infantil, que me quedará grabada mientras viva:
-Yo le diré a la Virgen lo bueno que has sido conmigo...-
Pobrecillo… No hay posición que lo alivie: los huesos han perforado su espalda; pero sonríe siempre y no se queja, ni se rebela, ni se exaspera. Sólo una vez lo he visto impacientarse algo: fue un día cuando la enfermera le decía cariñosamente que Dios enviaba sufrimiento a los buenos porque los quería. Curro —que sufría intensamente— se incorporó un poco, penosamente, y le respondió con una gitanería:
-Que no me quiera Dios tanto… que de tanto quererme se está poniendo pesao y mal amigo-.
A Gitanillo le había dado la alternativa otro torero intuitivo como él: El Gallo. Fue en agosto de 1927. Toreó en los años siguientes más de doscientas corridas. Esta foto está hecha en Sevilla, en la corrida homenaje a El Gallo por sus veinticinco años de alternativa. El de la izquierda es Chicuelo:
Lo de torero intuitivo no es de nuestra cosecha sino de la de un admirador del maestro, Tomás Orts Ramos, Uno al Sesgo.
Los aficionados solemos distinguir entre toreros largos o cortos. Él hablaba de toreros con oficio o con intuición. El que tiene oficio sabe siempre lo que hace. El intuitivo no sabe que sabe lo que sabe. Ojo porque el trabalenguas es cosa suya. Transcribimos su reflexión porque pensamos que tendrá interés para ustedes:
'El torero de oficio, es decir, el que sabe lo que sabe, el que con una práctica más o menos larga ha llegado a dominar la técnica, puede tener lo bastante con esa técnica para salir airoso en la mayoría de los casos que se lo proponga; y en ellos sí que es la voluntad la que manda. Pero en el torero intuitivo, en el que lo que sabe no sabe que lo sabe, porque su arte no es consciente sino inconsciente, el revelarlo es obra de determinadas circunstancias, de un estado de ánimo, que no se crea con sólo quererlo, que aparece y desaparece por causas que escapan la mayoría de las veces al propio interesado, que lo exaltan o deprimen sin motivo aparente en ocasiones'.
Y sigue:
'El fenómeno que queda por examinar es el que de vez en cuando se observa en algún que otro torero de los que seguiremos llamando intuitivos provisionalmente. Así que van adelantando en el oficio y dominando la técnica, diríase que van aminorando su personalidad, o, para expresarme en el lenguaje taurino, van "perdiendo el sitio", con gran desencanto del aficionado. Éste ve diluirse en la vulgaridad un arte excepcional, que, aunque sólo se manifestase a rachas, era de tal calidad que compensaba con una tarde buena varias malas. ¿No será que con el predominio del oficio sobre la "inspiración" en aquellos toreros a quienes falta el valor, cuando se dan cuenta del riesgo que afrontan por un exceso de vigilancia del consciente, queda anulado el subconsciente?'
No entraremos ahora a discutir si toreros de arte como Juan Ortega o Morante encajarían verdaderamente en esa categoría de intuitivos. Gitanillo sí era de estos últimos, por supuesto. Tampoco insistiremos en los consabidos elogios a su verónica, la del minuto de silencio. Además, con los dos pies asentados en la arena, como decía Paco Camino que había que tenerlos en este lance:
Lo del minuto de silencio lo recordaban en este titular:
De su muerte, el catorce de agosto, setenta y cuatro días después de la cogida, Morla guarda este tierno recuerdo:
'El gitano ha muerto hoy. Tenía veintisiete años. En torno del féretro descubierto, la familia permanece muda. La madre, sin proferir una palabra, contempla a su hijo, y hay en su dolor silente una nobleza que infunde en los presentes admiración, respeto y arrobamiento. A medida que pasan las horas, en la desolación de la vigilia, la fisonomía del gitanillo se suaviza, adquiere serenidad y diríase que de nuevo sonríe: es la misma sonrisa peculiar suya, un poco melancólica, con que recibía las ovaciones de la plaza en delirio. Tan contento como estaba, parecía triste'.
Había hecho testamento en favor de sus padres y dejó una cantidad aparte para que su adorado sobrino Currito pudiera estudiar una carrera.
El cadáver del trianero llegaba a Sevilla dos días después. En la estación estaban, además de medio barrio de Triana, Juan Belmonte, Antonio Miura Hontoria, el Papa Negro, Vicente Pastor, Moreno Santamaría y, por supuesto, sus seis hermanos, su cuadrilla y su apoderado Domingo Ruiz. Salvo error, Pastor debe de ser el de la derecha:
Carlos Morla tiene dos libros más de memorias que les recomendamos. El primero está escrito en Madrid entre 1937 y 1939 y el segundo en Berlín, durante los años del nacionalsocialismo. En el que nos ha ocupado a cuenta del pobre Gitanillo verán desfilar, entre otros, a Eugenio d'Ors, Marañón, Ortega, Sáinz de la Maza, Unamuno, Azaña, Madariaga... y, por supuesto, a la generación del 27 en pleno.
Lorca y él asistieron juntos al último festejo celebrado en la plaza de la carretera de Aragón, con dos toros para el rejoneador Cañero y seis para Lalanda, Cagancho y Rafael, el hermano de nuestro protagonista. Ambos mostraban su desagrado ante la nueva plaza de Las Ventas:
'La «nuestra», la que abandonamos hoy para siempre y que será derruida en breve —tan íntima, tan campechana, tan integrada en la vida de Madrid—, tenía olor a sangre de toros y de toreros. La queríamos como algo propio y la lloramos como a una vieja abuela que se va. -La otra —dice Federico—, la gran plaza flamante, de ladrillos y azulejos resplandecientes, es una «monumental señora» engreída y antipática, con vuelos y encajes de «nueva rica»-'.
Un día un fulano llamó a Morla por teléfono. Tenía acento andaluz y decía que era un novillero amigo de Cagancho y que lo llamaba de parte del maestro para ver si aceptaba ir de mozo de espadas con él la temporada siguiente. Morla se quedó parado, empezó a balbucear... no sabía qué decir, probablemente porque en el fondo quería aceptar. Sus dudas quedaron disipadas con la carcajada que se oyó al otro lado del hilo. Era Federico García Lorca, que le estaba gastando una broma...
Saludos cordiales desde Tarragona. Rafa.