El bueno de Antonio Sánchez recordaba el que fue su mayor triunfo en un ruedo con su corrida en Almagro ante toros de Palha 'que mataron seis caballos a pesar de que ya iban con peto'. Era obligatorio desde el año anterior. A cuenta de esa corrida nos hemos dedicado a leer cosas de aquellos primeros años del peto para confirmar si ello era posible.
Se probaron petos en la novillada de inicio de temporada en Madrid el 6 marzo de 1927 y los picadores quedaron muy descontentos reclamando puyas más dañinas. Decían que se iban a resbalar y que no se podían agarrar bien, con lo que no podrían castigar como se debería y querían puyas más lesivas. En aquella prueba resultaron seis caballos muertos, unos por perforar la gualdrapa y otros porque arrancaron la protección y después hicieron carne. Se habían probado diferentes petos por aquel entonces. Hubo uno muy popular fabricado por Arteaga y otro que, con pequeñas modificaciones, fue el que se impuso al principio tras un concurso. Era obra del torero Minuto, el mismo que ya retirado descubrió a Rafael Vega de los Reyes.
Aquí abajo ven al picador Ángel Parra, Parrita picando en el sitio según el dibujo de Casero. Anduvo en las cuadrillas de Nicanor y de Domingo Ortega. El caballo lleva un peto de los primeros, como el de la caricatura anterior:
Por supuesto que la protección provocó contraste de pareceres. Se decía que antes, sin peto, el toro, aparte de verse excitado por la sangre, se ahormaba mejor porque romaneaba frecuentemente. En cambio, con el peto ya no lo haría tanto y además se resabiaría. Eso del resabio lo sostenía el picador El Artillero, diciendo que con el peto costaba Dios y ayuda que el toro acudiera por tercera vez al caballo. Este de la foto es Rafael Andrade, El Artillero, picador de Saleri II, de Belmonte y de Chicuelo. Se le ve con un peto de 1935 y con el monosabio pasándose de listo, igual que los de ahora, con la diferencia de que los caballos actuales pesan como cuatro del de la imagen:
En cambio, el Papa Negro discutía lo de que sin peto se ahormaban más porque decía que antes la mayoría de toros quedaban con tanto poder al final como al principio del tercio de varas y trabajo tenía el diestro para convertir el toro en toreable. Desde el punto de vista del torero, Domingo Dominguín afirmaba que los toros con el peto se quebrantan menos y puntean más, poniéndose por tanto más difíciles para la lidia. Corrochano pensaba lo mismo.
El picador Bernabé Álvarez, Catalino, que lo fue de Machaquito, Belmonte, Gallito, Marcial y Sánchez Mejías también despotricaba:
Los picadores llevan ciento cuarenta años quejándose de todo. Cualquier cambio, sea el que sea, incluso el del peto, lo miran mal y comienzan sus plañidos... o sus amenazas.
El miedo a que se desnaturalizase o afeminase la fiesta con el peto se fue diluyendo para ser sustituido por el miedo a que el picador matase el toro en el primer tercio. Eso sí que con el paso del tiempo será inevitable e indiscutible. Los lamentos de los piqueros terminaron pronto al comprobar que tenían patente de corso para masacrar los toros conforme se fue acorazando el caballo, pasando de los 15 kgs. de los petos iniciales a los teóricos casi 30 kgs. actuales. Por eso desde entonces se habló de modificar la puya con objeto de igualar un poco la pelea y evitar la carnicería.
A pesar de aquellos petos iniciales, sepan que en los años cuarenta morían 1,5 caballos por corrida y era rarísimo que alguno terminase la temporada. Observen esta foto porque el de Atanasio ha sacado las tripas a ese caballo que yace moribundo ahí al lado. Estamos en Madrid en 1949:
Piensen que en esos años cuarenta se hablará incluso de sustituir la suerte de varas por rejoneo a caballo ya que la impunidad del peto estaba permitiendo todo tipo de excesos a los piqueros. Esto opinaba Belmonte en 1944:
'He pensado mucho en eso y no veo inconveniente en que se ensaye la posibilidad de sustituir con rejoneo el primer tercio. Buenos rejoneadores no podrían improvisarse y buenos caballos tampoco pero ya saldrían. No costaría mucho adaptar los caballos que ya están acostumbrados en las dehesas a convivir con el toro bravo'
El citado Corrochano discrepaba diciendo que las carreras en círculo que pegaría el toro si el primer tercio fuese rejoneando lo agotarían.
Este peto es de principios de los años cuarenta y los que ven más abajo, de finales:
Nada que ver con Farnesio picando a pelo como ven en la siguiente imagen. Era junto a Camero el picador de Gallito. Cobraban como picadores 250 pesetas por corrida. Si José se llevaba 6.000 pesetas en un festejo y una de nuestras queridas figuras se embolsa 160.000 euros, el equivalente hoy sería que un picador cobrase 6.600 euros aproximadamente. La próxima vez que coincidamos con el amigo Iturralde le preguntaremos si eso es lo que cobra por picar con Morante.
Aquí tienen como decíamos a Antonio Marín, Farnesio en célebre foto de 1917. El que va al quite es Gaona, de quien había sido picador antes de ir con Gallito. El Cossío se hace eco de cómo entusiasmó picando en 1914 en Madrid a un toro de Aleas pero olvida añadir que el respetable lo obligó a dar la vuelta al ruedo:
La corrida que nos está sirviendo de excusa para esta digresión fue la que se celebró en Almagro el 25 de Agosto de 1929: toros de Palha para Antonio Sánchez, Manuel del Pozo, Rayito y Sacristán Fuentes. Justo el mismo día de dos años antes había tenido lugar el ínclito escándalo de Cagancho, cuando dejó como un colador un toro de Antonio Pérez sin llegar a matarlo y siendo detenido. Curiosamente aquel toro lo mató Rayito, presente en la corrida que nos ocupa, en la que superó el número de Cagancho al verse atenazado por el miedo.
Rayito fue torero de los que se llamó 'del parón'. Para ello tenía que salir el toro que se adaptase a su toreo efectista de pocos recursos. En Almagro no salió y el canguis se apoderó de él. Ya que estamos, digamos que el automóvil que lo conducía de Sevilla a La Mancha dio una vuelta de campana. Su mozo de estoques se rompió una pierna pero los demás continuaron viaje... en mala hora para el diestro dado el amargo trago que iba a pasar.
Sacristán Fuentes fue bautizado en Santa Olalla con nombre de emperador bizantino: Nicéforo. Hay un error en el Cossío porque no nació en 1922 sino en 1912. Se anunciaba en Almagro un mes después de que Lalanda le diese la alternativa.
Antonio Sánchez era con diferencia el mejor de los tres. Torero de mucho valor, especialmente cuando se iba detrás de la espada, ahí lo tienen:
Admiraba a su paisano Pastor, que le regaló la montera con que toreó siempre. A punto estuvo de matarlo un toro de la viuda de Ortega, la misma de Gallito. Fue un mes después de lo de Almagro, en la plaza de Tetuán. No lo mandó al otro barrio pero sí lo retiró del toreo. Pasó a ganarse la vida en la taberna de la familia, aquélla que cuando la llevaba su padre se llamaba La Taberna de Cara-Ancha, maestro del que hablábamos aquí con lo de los gatos muertos.
Es el protagonista de la Historia de una Taberna de Cañabate y fue también un pintor muy apañado, amigo de Zuloaga, con quien compartía ambas aficiones. Fue un epígono de Belmonte ya que en su local confraternizaba con escritores, pintores, críticos, periodistas y tutti quanti del mundo de la cultura.
Palha lidió aquel año de 1929 siete corridas, dos de las cuales en Tafalla y Manzanares, cosa que alegrará a algunos selectos lectores empadronados en esas localidades -ver comentarios sobre la de Tafalla- (por cierto, decir a los tafalleses que ese mismo día de Almagro salió en hombros de Madrid Saturio Torón con novillos de Arranz en el que fue su debut capitalino). Observen abajo que Uno al Sesgo avisaba de que se pronunciase bien el nombre de Palha, cosa en la que seguimos insistiendo nosotros cien años después sin ningún éxito:
Las crónicas están de acuerdo en que los animales salieron grandes, poderosos y bravos. Fueron cuatro negros, uno berrendo en cárdeno y otro en negro. Todas anotan que el sexto pegó una cornada grave en el tórax al banderillero Chocolate. También concuerdan en la jindama de Rayito, que dejó sus dos toros para Antonio Sánchez tras una aparente lesión en una pierna. El madrileño no veía clara esa retirada del sevillano a la enfermería y años después contaba esto:
'Uno de los toreros se hizo el grave y se metió en la enfermería. Tuve que matar su toro y cuando ya había matado tres y salía el quinto, me llamó el presidente diciendo que también tenía que matarlo. Le dije que fuesen a comprobar si era verdad lo del otro torero porque yo sabía con seguridad que no tenía absolutamente nada. El presidente me dijo que se quejaba de grandes dolores y que saliese. Total, que salí y le corté las orejas y el rabo'
Ya ven que Sánchez tenía la delicadeza de no nombrar a su colega. Lo cierto es que algo debió de haber con la espantada de Rayito porque la autoridad lo sancionó con 500 pesetas. En el ABC dicen de él que al entrar a matar hizo como que tropezaba y pasó a la enfermería poseído por el pánico. En La Fiesta Brava escriben que el pánico de Rayito dejó en mantillas la catastrófica actuación de Cagancho en esta misma plaza.
Como ven, Sánchez triunfó pero ahí es donde los revisteros empiezan a discrepar a la hora de contar orejas. En un sitio hablan de tres orejas, en otro de seis y rabo mientras el maestro se queda a mitad de camino con cuatro y rabo. ¡Cuántas veces hemos repetido en nuestro modesto blog que no hay que fiarse de las crónicas antiguas! Aunque tampoco de los diestros, cuya memoria suele fallar... siempre a su favor.
El rabo fue en el quinto tras dos pinchazos y entera sin puntilla. Y sobre los seis caballos muertos, ¿qué? Pues no aparece el dato en ninguna de las siete publicaciones que hemos consultado. Ignoramos si se lo imaginó Sánchez o si los revisteros no se enteraron, cosa que nos extraña por ser algo reseñable ya que todos los caballos llevaron peto.
Sea como fuere nos ha dado pie a echar un rato a cuenta de aquellas discusiones que provocó el decreto del peto el 15 de junio de 1928. El gran Clarito lo tuvo clarísimo:
'El modelo que se aprobó distaba mucho de la muralla en que se transformará. Los antiguos varilargueros, que pasaron luego a ser picadores, pronto serán matadores de a caballo. En unos años no habrá varas, ni quites, ni banderillas realmente maestras, ni verdaderos volapiés... a lo que habrá que sumar la ausencia del tuétano de la fiesta: la emoción'
Y ésa ha sido la historia del tercio de varas. Empezó con el sálvalo y sálvate, que se refería primero al caballo y después al jinete. Se continuó con el déjalo que enganche de Guerrita, que sirvió a los ganaderos para depurar la selección pero dio paso a la atroz época de Machaquito y Bombita. Y con el peto llegó una impunidad en el castigo a la que sólo faltó rebajar la edad y la casta del toro para que la carnicería en varas haya llegado a ser tan atroz como a principios del XX aunque ahora quien la sufre no es el caballo sino el pobre toro.
Luego podremos hablar del limoncillo, la arandela, la cruceta, los manguitos, las rayas, los caballazos pinchados y resabiados, las lanzadas traseras que 'despaldillan' los toros, las recargadas infames o las barrenadas nauseabundas. Pero la esencia de lo que ha pasado con la suerte de varas en los últimos ciento ochenta años es lo dicho en el párrafo anterior.
Saludos cordiales desde Tarragona. Rafa.