Manuel Escribano hizo de Alonso Quijano, como si se tratara de un caballero andante surgido de la máquina del tiempo. Ofreció una imagen totalmente alejada del fastidioso buenismo social imperante. Cuidado porque ese buenismo ya hace tiempo que invade también la tauromaquia con la complacencia de los medios apesebrados. No obstante, de vez en cuando salta la liebre y asistimos a gestos como el del maestro, de quien los seguidores más fieles saben que lo hemos colocado siempre entre los cinco más valientes que hemos visto en directo.
ESCRIBANO. Se fue a porta gayola en su primero escuchando una ovación que nos recordó el velatorio con que se acompañó a Valadez el otro día en la misma suerte. Aguantó de rodillas el desaire del toro:
Cuando se levantó, el toro lo enganchó con el cuerno en una verónica y le dejó una cornada de 10 cms. en el muslo derecho. No podemos decir que la causara un error del diestro a no ser que entendamos por tal el estar ubicado a favor de la querencia del toro:
Lo retiraron a la enfermería donde fue cosido con anestesia local y a las dos horas salió a matar el sexto yéndose de nuevo a porta gayola y esperando genuflexo casi dos minutos mientras el toro estaba encelado en la manga:
Ahí ya tenía una oreja cortada entre gritos de ¡torero! Después puso dos pares aliviándose un poco, cosa comprensible dada su lesión:
El sexto de Victorino resultó ser el único que hizo cierto honor al hierro. Escribano no le volvió la cara y a pesar de estar mermado se esforzó por torearlo.
Estocada trasera, en la adecuada suerte natural pero con su feo estilo de alargar el brazo y pegar el telonazo. Muerte rápida del toro y dos orejas con petición de rabo. Si una ya era por haber salido de la enfermería e irse otra vez a toriles, la segunda no la vamos a discutir, por una vez y sin que sirva de precedente. La petición de rabo sí que estaba fuera de lugar. Ahí, el temible buenismo social inundó inevitablemente los tendidos.
Moreno Silva siempre se queja de que en ningún sitio se empiezan las crónicas hablando de los toros, siempre de los toreros. Hombre, el de Saltillo no conoce nuestro modesto blog porque si no, sabría que aquí empezamos todas con los toros excepto en situaciones totalmente excepcionales como la que nos ocupa, donde Escribano se ha llevado con merecimiento todos los honores.
La victorinada fue para olvidar, con toros bien presentados, rematadores todos en los burladeros, discretísimos en varas, sin malas ideas y, sobre todo, muy blandos de remos.
Oigan, ¿por qué sólo nosotros destacamos y afeamos esa blandura de patas en los toros de Victorino? En ningún sitio se hacen eco. Nadie cuenta las veces que doblan las manos y a veces hasta los pies. En esta corrida rodaron por el suelo un total de veinticinco veces. Eso está en la línea de aquellas inválidas corridas de los años setenta y ochenta cuando de tanto echar agua al vino lo que servían los ganaderos en aquella sazón era aguachirle.
Nosotros no se lo perdonamos a esta vacada porque el paleto fue quien dio la batalla contra aquellos ganaderos de toros minusválidos -o discapacitados-. Él insistía cientos de veces diciendo lo de que 'si se cae el toro, se cae la fiesta'. La frase la ha cambiado la familia convirtiéndola en un ridículo 'si cae el toro, cae la fiesta'. Pero ni a nosotros ni a ninguno de los que conocieron al abuelo nos la dan con queso. En Sevilla se cayeron los toros, o sea, que se cayó la fiesta, ¿verdad, Victorino? No responda usted, la pregunta era para su padre.
El primero fue muy blandito (se cayó cuatro veces) y pasaba por ahí con muy poco aire. Cuando los de televisión dijeron que había sido muy exigente, Ruiz Miguel en su casa y Andrés Vázquez en el cielo soltaron una carcajada.
El segundo tenía las patitas de cristal, no se aguantaba en pie a pesar de que le echaban los capotes al cielo sevillano (se cayó cinco veces). Embestida insípida tapada por el color de su piel.
El tercero fue escarbador, blandengue (se cayó cuatro veces), noblón y duro para morir.
El cuarto era cárdeno astracanado, revoltosillo pero también blando y sin fuelle (se cayó cinco veces).
El quinto fue el que mejor empujó el caballo aunque sólo en el primer puyazo. Después, escarbador, sin fuerza y topón (se cayó tres veces).
El sexto ya decíamos que fue el único medio salvable. Sufrió dos cariocas de Peña en sendas entradas y además en la primera le clavó en la paletilla. Tuvo galope alegre y mal genio en la muleta, con mirada aviesa pero también con blandura (se cayó cuatro veces).
BORJA JIMÉNEZ. La faena a su primero fue toda con la izquierda, cosa que siempre destacaremos porque el 90% de los diestros se sienten desnudos sin la ayuda. Anduvo voluntarioso y con ganas, matando de esta rinconera a capón y con gran telonazo:
En el segundo estuvo perfilero pero por encima del toro, al que humilló pegándole pases mirando al tendido:
Media tendida y trasera perdiendo la muleta y oreja de oferta.
En el tercero que mató se encontró ante un animal malaje pero no por malvado sino por su poca fuerza. Topaba en la tela y Jiménez no se fio. No le enseñó el muslo ni una vez, abusó del picoteo y encima todo fue de ultraderecha ya que con éste prefirió no soltar la ayuda.
Estocada tendida y pasada cegando de nuevo al toro.
ROCA. Su primero se le quedaba debajo por su irritante flojera:
Trasteo primero titubeante y después pesadito, con estocada caída saliéndose de la suerte, cosa que no suele hacer.
Su segundo lo brindó a Campuzano, sin recordarle el monumental enfado que cogió como apoderado cuando le echaba en cara haberse prestado a entrar en aquel sorteo donde le tocaron albaserradas de Adolfo (recuerden aquella corrida). Con las vueltas de la vida, aquí le brindó precisamente uno del mismo encaste que le costó aquella bronca.
Sin problemas, siempre por encima del toro, que a otro igual se le sube a las barbas. Nos llamó la atención su esfuerzo por rematar los pases sin abrir la puerta, algo que celebramos ya que no nos tiene acostumbrados.
¿Se habrá fijado en Juan Ortega? Le falta mantener el torso erguido sin retorcerse. A ver qué hace en San Isidro porque aquí, las pocas veces que echó la pierna atrás escuchó pitos. No sabemos si eran del público indígena o de la Brigada Paracaidista con sede al norte de Despeñaperros.
Rinconera esta vez sin salirse, sin telonazo, descubriendo perfectamente la muerte con valentía y acabando por el costillar aunque con el brazo elástico (recuerden lo comentado aquí y también aquí).
Al final, poca cosa, como ven. Si no es por lo de Escribano, la tarde naufraga sin pena ni gloria aunque nos quieran vender mulas ciegas. Ah, y los cinqueñistas poco tienen que rascar una vez más. Aquí hubo cinco y nadie notó nada.
El otro día se caía Vingegaard junto a otros ciclistas en la Vuelta al País Vasco y tanto las redes como la UCI se quejaban de que había que haber censurado las imágenes de los hombres caídos que se veían desde un helicóptero. Entonces, ¿qué habría que hacer en las retransmisiones de corridas de toros cuando se puede llegar a ver sangre humana? Es ese buenismo estomagante de nuestra sociedad cuyo tufo nos asfixia. Afortunadamente actuaciones como la de don Manuel Escribano hacen que entre un poco de aire puro en un ambiente tan viciado.
No nos vamos sin hacer una pequeña referencia a los comentaristas. López Chaves resultó empalagoso en su corporativismo con los toreros y no aportó gran cosa. Delgado dijo tres cosas que nos llamaron la atención. La primera, que 'los victorinos no regalan embestidas nunca'. Hombre, maestro, no tiene más que recordar el triste Patatero de Escribano el año pasado así como tantas decenas de victorinos que parecen llevar agua en las venas. La segunda, que 'no es normal que estos toros pasen desapercibidos en el caballo como está sucediendo en esta corrida'. Pues sí que es lamentablemente habitual desde hace mucho tiempo. Por eso hay aficionados jóvenes que han crecido con la idea de que lo del caballo no es lo que hay que mirar en esta vacada. Sí hay que mirarlo porque antiguamente daban mucho mejor juego.
Y por último dijo que 'toreando fuera de cacho hay más riesgo porque te ven los toros'. Eso sí que no lo entendemos de ninguna manera. Tendría que traerse una pizarra a la próxima corrida para explicárnoslo, a ver si nos convence. López Chaves estaba a su lado y escuchó claramente esa sorprendente afirmación pero permaneció callado...
Saludos cordiales desde Tarragona. Rafa.