jueves, 6 de noviembre de 2025

PAULA: UN RECUERDO DESAPASIONADO

El 28 de septiembre de 1987 fue el día que ha quedado señalado en el recuerdo de los aficionados como la entronización de Paula en Las Ventas. Aquella tarde todo el mundo se volvió medio loco: el tendido, la prensa taurina y un poco también el palco.



Se corrían toros de Buendía en un encierro que por su trapío no entraría hoy ni como una novillada en Algemesí. En el cartel, Paula, Manzanares y Ortega Cano. El jerezano substituía a Julio Robles. Lo de los dos últimos fue perfectamente olvidable. Paula en el primero escuchó una buena bronca tras dejar al buendía como un colador entre estoque y verduguillo.



Su segundo renqueó y el presidente Espada no dudó y enseñó el verde. Salió como sobrero un toro que debía de llevar tiempo en los corrales. Tenía el hierro de Martínez Benavides, la ganadería que herraba con un corazón.



Eran una bonita mezcla de Murube y Santa Coloma, algo que nosotros nos plantearíamos si tuviésemos dinero y ganas de montar una vacada de bravo. Pueden leer pulsando aquí lo que sucedió tras la muerte de don Francisco en 1989 con su curioso testamento.

Recordamos esta ganadería porque siempre lidiaba una corrida al año en la plaza de Tarragona, a veinte metros de donde estamos escribiendo. Era la época en que Valencia ejercía como empresario. Los toros salían astifinos, cosa noticiable en el coso tarraconense, donde tantas veces veíamos plátanos. Precisamente el Corchero este de Paula exhibía dos agujas.

El animal era feo de hechuras y nada más salir empezó a hacer cosas de estar corraleado. Se frenaba, husmeaba, se engallaba... Entre eso y los dos puñales, se oía un runrún en la plaza que presagiaba los tres avisos. Nadie daba ni un duro por que el gitano le plantase cara.

Pues héteme aquí que lo sacó desde la raya hasta casi la boca de riego a base de unas verónicas que enloquecieron al capitán del siete en aquel entonces. Éste no era otro que El Lupas, quien se puso en pie aplaudiendo con frenesí. Como suele suceder cuando algún santón del siete reacciona así, el resto de ese tendido se levantó como un solo hombre aplaudiendo con él.




Estamos en los años ochenta y lo que criticaba o aplaudía el siete no se discutía como ahora. Si protestaban, el resto de la plaza callaba. En caso de que aplaudiesen, todo el mundo los secundaba porque pensaban que si los que siempre protestaban, en seco aplaudían, es que aquello tenía que ser muy bueno. Esta ley no escrita solamente se rompió excepcionalmente, por ejemplo aquel día de la cogida de Curro Vázquez cuando Bojilla se encaró con ellos desde abajo y la plaza se dividió. Aconteció en 1983 y lo contábamos aquí. Ya verán que aquel día se armó la marimorena y la policía llegó a subir al siete para detener precisamente a El Lupas y sus corifeos.

Volviendo a Paula, lo mejor fue la media con que dejó seco al toro casi en el centro del ruedo. Hasta el presidente Espada recordaba emocionado aquellos lances cuando hablábamos con él en nuestra ciudad, donde veraneaba (recuerden aquí).




Luego vino una faena con excesivos enganchones y movidita de pies. Algunos pases fueron excepcionales pero de manera aislada. Se esforzó por rematarlos en la cadera, cosa casi imposible de ver en nuestros días. Sobre esto, recuerden lo que decía, que es lo mismo que sostiene Pepe Luis Vargas junto a otros toreros, quienes se echan las manos a la cabeza viendo el destoreo de hogaño. Lo que afirma el jerezano nos reconcilia con lo que defendemos en este insignificante cuadernillo desde que comenzábamos nuestra andadura:

"Tengo recursos y además brazo y estatura para dejarlo en la otra parte de la plaza, ¿me entiende? Pero eso no es torear. Al toro hay que llevarlo detrás de la cadera. El toreo no es en línea recta, sino en circunferencia. Circunferencia es el ruedo y circunferencia es el recorrido del toro tal como yo lo entiendo." 

Fíjense en esta foto. ¿Quién es capaz de acercarse a esto hoy en día? Creemos que sólo Juan Ortega:



Pero de ahí a calificarlo como una de las faenas del siglo... qué quieren que les digamos. Eso sí, El Lupas y su siete siguieron jaleándolo y detrás de ellos, toda la plaza.

Con visibles muestras de agotamiento, el diestro dio un sainete memorable con la espada y el presidente le perdonó el tercer aviso: un pinchazo, una media muy mala y nueve descabellos entre gestos de desesperación. Tras morir apuntillado, Paula se sentó en el costillar del toro porque no podía más. No obstante, sacó fuerzas de flaqueza para dar una clamorosa vuelta al ruedo vitoreado por un público entregado hasta la enajenación. Ya saben que muchas veces hizo el paseíllo infiltrado cuando no directamente drogado. Curro no quería compartir cartel con él porque sabía que le podría tocar matar más de dos toros. 



Recuerden que decía esto sobre el esfuerzo físico al torear:

"el toreo se hace hoy con ventajas y triquiñuelas: vaciar al toro por delante cuando debe ser atrás, pegarle un montón de pases, salir corriendo al rematarlos. Este ejercicio requiere un fondo físico enorme, pues el torero se pasa la faena entera yendo de un lado para otro. Se ha sustituido la hondura del toreo por la superficialidad de pegarle pases; su concepción artística, por la deportiva; su grandeza, por la mediocridad."


Toro de Osborne con Galloso y Robles en Madrid. FOTO: Botán

Aquel día convirtió la plaza madrileña en el frenopático de las grandes ocasiones, aunque quizás ha sido la vez que más. A nosotros nos pareció que  todo aquello se había salido de madre. Incluso Joaquín Vidal perdió los papeles y escribió una crónica plena de cursilerías dignas de los taurinos más relamidos, o sea, indignas de él:

"Las verónicas aleteando el capotillo precioso de vueltas azules -de güerta-jasule-, la media verónica citando de frente, la brega al cuarto toro-torazo sin permitir que nadie interviniera en la lidia, fueron el preludio de la manifestación más sublime del arte de torear. Nunca el toreo fue tan bello. Jamás el toreo, en las décadas últimas que se recuerdan, alcanzó la grandeza a donde lo llevó Rafael de Paula con su faena de muleta al toro-torazo, cornalón y astifino, que salió, sobrero, en cuarto lugar (...) Qué decir del público, mientras tanto. El público ya se había puesto en pié a los primeros compases, aplaudía, braceaba, gritaba, y cuando parecía que había agotado su capacidad de asombro, el torero le sorprendía con nuevas creaciones, que escalibaban las ascuas de aquella obra ardiente."



¿Escalibar? Será escalivar. ¿Obra ardiente? Escribe pie con acento y las comas están mal puestas... Queda claro que se dejó llevar por la emoción y no cumplió con aquello que él mismo pontificaba de mantener la sangre fría. Es de sobra conocido:

"A los toros hay que ir dispuesto a sufrir; provisto de lupa para comprobar la casta y fortaleza de las reses, la integridad de sus astas, el discurrir de la lidia, el mérito de los lidiadores, la calidad de los lances…"

Habló de Corchero y dijo que le había parecido "impresionante por encastado, con gran movilidad, de embestida alegre y gran transmisión; de excelente trapío y perfecto de hechuras; un animal bellísimo, vareado y musculado" (sic). Discrepamos con todos estos calificativos como pueden suponer.


Toro de Bohórquez en mano a mano con Romero en Las Ventas

Con el paso de los días las aguas volvieron un poco a su cauce. Recordamos un artículo de Ignacio Borrell en el suplemento taurino de Diario 16 donde afirmaba que hasta él mismo se había dejado llevar por aquella especie de catarsis colectiva pero que al volver a analizar la faena había encontrado no pocos defectos. 



Fue un honor que el conspicuo nieto de don Fermín Bleu, pseudónimo de Félix Borrell, viniese a nuestro terreno. Hemos buscado ese artículo en nuestro archivo pero no aparece, o sea que nos tendrán que creer. En el fondo el problema lo tenemos nosotros por culpa de nuestra sangre helada y nuestro espíritu cartesiano, que nos hicieron mantener la cabeza fría en medio de aquella loquería. 

El problema es que en la tauromaquia el transcurso del tiempo siempre engrandece las situaciones. Lo veremos en un futuro próximo cuando menudeen las desaforadas alabanzas a los Juli, Morante y compañía tal como pasen los años tras sus retiradas.



Qué bien cogía el capote, ¿verdad? Recuerden precisamente esta entrada.



No se incomoden por esta desapasionada entrada los paulistas, que son legión y más entre nuestros pocos pero selectos lectores. Por si no querían caldo, un amigo lector de Barcelona nos recuerda aquel año de 1975 en que él estaba presente en la Monumental cuando se negó a matar el sobrero de Ernesto Louro y fue detenido y multado. La foto de abajo es de cuando esperaba en el callejón los tres avisos. Tienen la historia aquí, donde nuestro amigo Paco recuerda que venía de matar tres toros dos días antes en Madrid con el resultado de bronca, bronca y bronca:



Hemos querido homenajear al maestro recordando aquella tarde madrileña aunque lo hayamos hecho poniendo nuestro grano de arena en desdramatizar un poco lo sucedido. Disculpen si les ha parecido fuera de lugar tras su reciente óbito pero como habrán leído tantos panegíricos al diestro, nos hemos querido salir un poco en nuestro modesto blog de ese turiferario ambiente.

Saludos cordiales desde Tarragona. Rafa. 


Curro en el entierro de Paula con el hijo del maestro. Sólo queda él.



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