Estarán ustedes de acuerdo en que el presidente es la única garantía que tiene el aficionado para que no se rían de él después de haber pasado por taquilla. Lamentablemente los taurinos siguen ciscándose en los paganos sin que ningún palco tome cartas en el asunto. En España nadie quiere ejercer la autoridad y la fiesta de toros es un ejemplo más de ello.
El problema adquiere una mayor gravedad cuando las presidencias taurinas se saltan el reglamento ya sea por desconocimiento o por mala fe.
No entraremos en las vulneraciones habituales. Un ejemplo sería no enviar a analizar cuernos sospechosos de afeitado siempre con la excusa de haberse roto la cadena de custodia. Lo comentábamos aquí y para que no se nos acuse de crítica destructiva planteábamos nuestra solución aquí.
Otro ejemplo habitual es conceder segundas orejas ignorando el artículo 82.2 (la segunda oreja de una misma res será de la exclusiva competencia del Presidente, que tendrá en cuenta la petición del público, las condiciones de la res, la buena dirección de la lidia en todos sus tercios, la faena realizada tanto con el capote como con la muleta y, fundamentalmente, la estocada). Sucede en todos los cosos, empezando por los de primera categoría. Lo hizo Fernández Egea en San Isidro regalando aquella segunda oreja a Talavante, recuerden aquí:
Un tercero sería no proponer para sanción a los profesionales que perpetran al toro todas las perrerías que se denuncian en el artículo 71.3 para los banderilleros (queda prohibido recortar a la res, empaparla en el capote provocando el choque contra la barrera o hacerla derrotar en los burladeros) y en el 72.4 para los picadores (queda prohibido barrenar, tapar la salida de la res, girar alrededor de la misma, insistir o mantener el castigo incorrectamente aplicado).
Olvidemos todo esto y centremos nuestro comentario no en estas circunstancias tristemente habituales cada tarde sino en las que siguen.
Este año hemos visto tres situaciones clamorosas en las cuales el palco se ha pasado el reglamento vigente por salva sea la parte. En todas ellas el texto legal no deja ningún lugar a dudas y a pesar de ello, no se ha aplicado como se debería.
En Almagro el presidente se saltó el reglamento en su artículo 83 al conceder un indulto fuera de lugar. Eso le debería suponer una multa que podría llegar hasta los 4.000 euros. Además no se lo saltó una sino tres veces: sacó el naranja en una plaza de tercera, no respetó la condición del trapío de la res (que no tenía ninguno) y el matador no simuló la suerte de matar con una banderilla sino con la mano.
¿Qué hace un pañuelo naranja en el palco de una plaza de tercera fuera de Andalucía? Recuerden que allí el artículo 57 de su reglamento sólo prohíbe el indulto en plazas no permanentes, en portátiles y en festivales. Por eso no habla del trapío de la res como condición para ello.
Por cierto, lean lo que dice el reglamento andaluz en ese artículo 57.5 porque nos parece ridículo:
En las plazas de toros de primera categoría en el supuesto de indulto, al no ejecutar el espada la suerte suprema, sólo se le podrán conceder como máximo dos orejas simbólicas
El legislador debió de abusar del rebujito cuando redactó eso porque en el 56.2 había dejado claro previamente que para dar la segunda oreja el presidente tendría en cuenta tanto la ejecución de la suerte suprema como la colocación de la espada. Si no ha habido estocada, ¿a santo de qué se conceden dos orejas en un indulto?
Un presidente nos decía una vez que para no complicarse la vida en situaciones en donde el público se pone tonto con el indulto o el diestro lo provoca, lo mejor es sacar el naranja y luego acogerse a haber zanjado la posibilidad de un altercado de orden público. Ignoramos si el palco de Almagro pensó eso o tiró por la calle de en medio para echar gasolina a un triunfalismo tan veraniego como barato. Seguramente fue lo segundo.
En Tafalla ya les comentamos que un toro fue picado y después condenado a banderillas negras. Las viudas únicamente son para toros que no hayan podido ser picados, no para simples mansos huidizos. Coincidirán con nosotros en que un animal que vio el rojo no debería mostrar esa sangría que ostenta éste sobre su piel. Es que Sangüesa lo atrapó en una carioca justificada y le dio cera abundante que no criticamos. Es decir, sí fue picado:
En cambio, la condena al rojo fue correcta para aquel Quejica de Cuadri con Varea en Valencia, que no se pudo picar y que les comentábamos aquí. Está clarísimo el artículo 72 del reglamento navarro, copiado literalmente del 75 del nacional:
Cuando debido a su mansedumbre una res no pudiese ser picada en la forma prevista en los artículos anteriores, el Presidente podrá, a petición del espada de turno, disponer el cambio de tercio y la aplicación a la res de banderillas negras o de castigo.
Ustedes estarán pensando que menos mal que en la catedral venteña sí que se cumple el reglamento, ¿no? Pues tampoco. Y eso sin entrar en lo que decíamos más arriba acerca de criterios peregrinos para la concesión de trofeos o para la discutible aprobación de toros con trapío insuficiente o con boliches en los pitones.
Sucedió en el pasado San Isidro durante la corrida de Adolfo Martín. Este Cartuchero de abajo vio el verde tras una lluvia de protestas pero no pudo seguir a los mansos y tuvo que ser apuntillado en el ruedo.
Fernández Egea ordenó la salida de un sobrero de Martín Lorca y lo hizo violando el artículo 84.2. Antes el reglamento decía que no se substituiría un toro que se lesionase tras haber saltado al ruedo. En beneficio del aficionado se reformó dejando abierta la salvedad de que saldría el sobrero siempre que el titular abandonase el ruedo por su propio pie. No fue el caso de éste de Adolfo y por eso debió correrse el turno. La redacción no deja lugar a dudas:
Cuando una res se inutilizara durante su lidia y tuviera que ser apuntillada, no será sustituida por ninguna otra
Se lo preguntábamos este verano a un presidente de los serios y nos daba totalmente la razón aunque también hacía hincapié en que se hubiera armado una bronca monumental si se corre el turno. Le respondimos que para eso está el micrófono. Se explica la situación a los espectadores y se acabó. Si gusta, bien y si no, también. Seguro que los aficionados más cabales, tan celosos del reglamento en otras ocasiones, lo hubieran entendido.
No creemos que haya habido mala fe por parte de los tres presidentes en ninguno de los casos comentados pero sí un desconocimiento importante del reglamento. En el caso de Tafalla quien podría haberse quejado con toda la razón era el ganadero del Conde de la Corte, que se quedó con el baldón de las banderillas negras. En el caso de Madrid es la empresa quien pudiera haber hecho patente su malestar por la decisión del palco.
Y en el caso de Almagro, ¿quién podría quejarse? Nunca se quejará el presidente, que no quería problemas y por eso actuó de aquella guisa; ni el diestro, que con aquella cucaracha pudo expresar lo que llevaba dentro, tal como dijo literalmente en el callejón (óiganlo aquí); ni los críticos paniaguados, defensores a ultranza no del aficionado sino de sus lentejas, que son las que les sirven los taurinos triunfalistas; ni, en fin, el público orejil, que aquel día salió encantado de volver a casa contando que había asistido a un festejo histórico.
Los únicos que se quejan de tres vulneraciones tan estrepitosas como las descritas somos cuatro aficionados que pensamos que el reglamento está para cumplirlo. Es que si no es así, caeremos en el peligro de lo que desean personajes como Justo Hernández y es que desaparezca el presidente. Lo afirmaba aquí cuando abogaba por tirar el reglamento a la papelera:
'el reglamento coarta la labor artística del torero y le impide crear; en cambio, sirve para que se tapen los toreros mediocres'
Es otro de los subterfugios de los taurinos para hacer aún más de su capa un sayo. Nos lo comentaba también un presidente: 'hay que ir con mucho cuidado con los taurinos porque les das la mano y te toman el brazo'.
El problema de la mayoría de presidentes es que tienen déficit de afición y superávit de figuración. A día de hoy contamos con los dedos de una mano los que están ahí arriba para pensar tanto en el aficionado como en la integridad del espectáculo (y uno de ellos está ya retirado, recuerden aquí).
Pero vamos a ver: ¿qué podemos esperar cuando en Madrid hemos visto a algún presidente que aquel día no actúa y está en el patio de cuadrillas abrazando y besando a los toreros? ¡Tendría que estar en las taquillas besuqueando a los aficionados, hombre! Y lo de Sevilla, ¿qué les parece? El palco se ha convertido en un cortijo de aquel presidente que iba diciendo que el día en que a Morante se le pidiesen las dos orejas y estuviese él arriba le iba a dar el rabo... ¡y cumplió lo prometido! Hay otro presidente conocido de todos ustedes que va invitado a la finca de la empresa a pan y cuchillo sin ningún rubor. Y luego están aquellos presidentes que son políticos y que en toros lo más redondo que han visto es un edificio.
Esto que criticamos en el párrafo anterior se circunscribe a plazas de primera porque si nos paseamos por los pueblos la situación degenera hasta límites alarmantes.
Entonces, ¿quién defiende la seriedad de las corridas y por extensión al aficionado? Nadie. Ni arriba ni abajo ya que los críticos paniaguados no hablan. Tienen la boca llena con el pienso que les echan los taurinos en el pesebre.
Saludos cordiales desde Tarragona. Rafa.