El peruano es de familia católica y tendría que saber que la soberbia es un pecado capital. Cayó en él cuando en la pasada feria de San Isidro se enojó el día de Mayalde porque su primero no dobló cuando debería. Claro, nuestras queridas figuras están tan acostumbradas a que todo el mundo les baile el agua que cuando es el toro quien no lleva a cabo lo que se espera de él, se enfadan como niños consentidos. Veamos qué sucedió.
El maestro ejecutó ante su primero la mejor estocada de la feria. Le otorgábamos la medalla de oro en la entrada anterior. El tal Abonador se tragó entera la espada y además en buen sitio. El ambiente en la plaza era de oreja, incluso podrían haber caído dos dada la deriva talanquera de Las Ventas.
Pues resultó que el toro se fue a tablas tragándose la sangre. Pasaron cuarenta y tres segundos sin que doblase y como el diestro había pegado más pases de los soportables, sonó el primer aviso. Dado que el animal estaba amorcillado, no podían montar la repugnante rueda de peones. Muchas veces los toros están deseando echarse pero como los marean con los capotes, se niegan a doblar y prefieren encarar las telas. Por eso, el maestro dio orden de dejarlo solo pero ni por ésas.
Como Roca veía que el voluble personal venteño podría enfriarse, se acercó personalmente a recoger el verduguillo. Es una reacción curiosa porque siempre es un peón quien lo trae al maestro. Observen:
Le quita la espada y le pincha varias veces en el morro con muy mala fe. Este gesto repulsivo demuestra un inmenso desprecio por el toro. Esos pinchazos sangrientos que afortunadamente desconocen los animalistas se han puesto de moda entre los toreros, enfurruñados porque el pobre animal no dobla cuando debería y les obliga a jugar a la lotería con el descabello. Además demuestran una gran cobardía porque castigan al toro con esos aguijonazos tan viles pero dan un saltito para atrás previendo la airada reacción de su enemigo. Ahí tienen ese primer pinchazo:
Luego vendrán dos más. El alguacilillo lo está viendo desde la barrera pero la autoridad es del delegado, que ahí han visto con traje. El maestro hace ademán de apuntar con el verduguillo pero el toro se tapa y el diestro se retira porque parece que va a echarse. Suena el segundo aviso y Roca vuelve a la cara para pegarle el cuarto toque duro y feo en el hocico. En esa parte de su anatomía, el toro tiene un cartílago sumamente sensible.
Fíjense en la siguiente imagen. El pobre animal tiene la zona del morro completamente ensangrentada pero no es sangre que le venga de la boca por culpa de la estocada sino que procede de la tortura a que le está sometiendo el torero:
Por fin, un intento fallido, sexto pinchazo en el morro y el toro se echa pero han pasado ya cuatro minutos después de la estocada. El respetable se ha quedado frío, la petición no será atendida y no habrá trofeo.
En el momento de doblar es penosa la actitud del diestro que, sin respetar al toro todavía vivo, se va al platillo como un mendigo de ovaciones. Andresito, tienes que permanecer a su lado hasta que muera. Un poco de respeto al toro, por favor, que para eso te da de comer. Bah, no sienten ninguna estima por el animal que dicen querer tanto. En el fondo, para ellos el toro no es más que una molestia necesaria cuando tendría que ser su dios.
El delegado de la autoridad se acercó por el callejón a llamarle la atención por esa carnicería que había hecho en el morro del pobre animal y Roca tuvo un intercambio de palabras con él un tanto desafiante. La imagen es de cuando está mirando al delegado. A pesar de su cara de niño, se aprecia que está muy molesto:
El adulador del callejón se hizo eco en Onetoro de esta discusión pero dijo no estar seguro de lo que se habían dicho. Fue patético Dávila cuando afirmó: 'si le ha llamado la atención por haber pinchado al toro en el morro, no lo entiendo porque creo que lo ha pinchado con el palillo, ¿no?' No, Eduardito, no, que lo has visto igual que nosotros pero lo estás tapando sin vergüenza para que el niño consentido no se incomode también contigo.
A todo esto, ni el locutor ni el otro comentarista técnico abrieron la boca. Tampoco habían dicho nada antes, cuando se veían claramente por televisión los desagradables pinchazos de Roca en el hocico. ¿No se llenan siempre la boca hablando maravillas del toro especialmente como argumento contra los antitaurinos? Venga, hombre, a otro perro con ese hueso. Si los de la arena no lo respetan, los del micrófono tampoco lo defienden porque su prioridad es seguir comiendo en el pesebre de los taurinos.
Por cierto, fue pasmoso ver que tras la petición de oreja no atendida por el palco, el público se calló y no lo sacaron ni a saludar (?). Así quedó la cosa cuando saltó a la arena su segundo toro.
Pesó 580 kilos, tenía casi seis años, con una cabeza bonita pero con unas patitas de cartón. Faena interminable, sin pena ni gloria tras la cual el diestro se arma para pinchar en buen sitio. Escucha el primer aviso. El toro se pone gazapón y cuando se para recibe otro pinchazo aguantando. Otro más con prisas y sin soltar más un cuarto buscando ya los blandos con descaro. Al fin, esta estocada baja:
El toro se traga la sangre y el maestro queda a la expectativa. Observen a la derecha los dos peones con los brazos en jarras:
Entre los pinchazos reseñados y la espera del diestro, suena el segundo aviso pero sin que nadie de la cuadrilla haga ademán de ir a buscar el verduguillo. Barbeo del toro mientras subalternos y maestro ni siquiera montan el cortejo fúnebre. Se limitan a presenciar de lejos la larga agonía del toro sin moverse. El animal se va y ellos, parados:
Bronca, gritos de ¡fuera, fuera! y por fin toman la decisión de acercarse pero sin coger el descabello.
En ambiente de motín suena el tercer aviso. Justo en ese instante, el tercero deja en el suelo el descabello que acababa de coger porque tal como se oía el clarín doblaba el toro. Este es el momento:
Tres cachetazos y bronca gorda. Pero el maestro, como si oyese llover, ahí lo tienen. Sabe que los críticos y comentaristas taurinos paniaguados comen en su mano y taparán esos tres avisos en la teóricamente primera plaza del mundo. En nuestro modesto blog no le perdonamos su arrogancia y por eso el triple aviso a la gran figura se llevó el titular de la crónica al día siguiente. Siempre fue un grave baldón para un torero pero hoy todo da igual.
El rumor es que tras la estocada al tal Jarretón Roca no tenía ninguna intención de descabellar. Dicen que se le oyó decir: 'que coja el descabello el delegado...' Si eso es verdad, estamos ante la demostración palmaria de la impunidad con que se desenvuelve esta gente.
¿En qué quedó este desafío del diestro? Que sepamos sólo el delegado de la autoridad le reprochó lo de los pinchazos a la muerte de su primer toro. No nos consta ninguna otra admonición al finalizar el festejo. No obstante, seremos felices si alguien de la Comunidad de Madrid nos indica que la hubo.
Reglamentariamente no hay nada que hacer. Quizá sea una laguna de la legislación vigente ya que no contempla propuesta para sanción en un caso como éste. El maestro lidió la res y la mató... aunque no muriera en el tiempo reglamentado. El problema fue la desidia o negligencia del diestro haciendo tan ostensible dejadez de su obligación. Solamente si constase una orden del palco de que cogiera el descabello y se hubiera negado, podría acogerse la autoridad a reseñar una falta por desobediencia. Como pensamos que no fue así, insistimos en que no hay nada que rascar.
Sin embargo, recordemos que antiguamente era habitual que el presidente parase la corrida e hiciese subir al palco a los tres actuantes para leerles la cartilla sobre sus deficientes lidias. Aquí podrían haber llamado a Roca al final del festejo. Se le afea la conducta, se transcribe la actuación para que conste en acta y así los medios taurinos se hacen eco al día siguiente de que el diestro no se fue de rositas.
Bah, eso es pedir uvas a la higuera. En los tiempos que corren, nadie quiere tener problemas por ejercer la autoridad y en los toros, todavía menos. Tendremos que seguir diciendo de la presidencia de Las Ventas lo mismo que aquel personaje de Galdós:
'¿Qué hacéis que todo esto consentís? Mala peste haya con vos...'
Saludos cordiales desde Tarragona. Rafa.